sábado, 24 de noviembre de 2012

"Qué hacer"

Pablo Katchadjian (Buenos Aires, 1977) tiene un bigote tan excéntrico como algunas de sus obras: El Aleph engordado —una intervención sobre el cuento de Borges— o El Martín Fierro ordenado alfabéticamente, cuyo título explica la operación aplicada a los versos de Hernández (si se busca “Katchadjian” en YouTube aparece la lectura que hizo de varios fragmentos de esa obra en un festival de poesía).

En Qué hacer, la divertida nouvelle de Katchadjian, un narrador innominado y su inseparable compañero Alberto son docentes en una universidad inglesa. Están dando clase cuando un alumno —de dos metros y medio de altura— “se acerca a Alberto, lo agarra y empieza a metérselo en la boca”. Es un principio de enrarecimiento que se acentuará cuando el autor, condensando en capítulos cortos la lógica de los sueños recurrentes, haga y rehaga ésta y otras escenas igual de disparatadas, variando siempre una misma serie reducida de acciones y elementos: alumnos gigantescos, universidades inglesas, ochocientos bebedores de vino, una campera con capucha, una isla lejana, muñequitos, trapos viejos… A veces pasamos de una variación a otra sin más nexo que un “de pronto aparecemos en”.

Remake permanente de sí mismo, el libro se vuelve un memotest onírico: las mismas figuras, remezcladas y vueltas a poner boca abajo, se van revelando en distinto orden; intentamos recordar dónde hemos leído antes esas acciones, pero enseguida nos rendimos al encanto de su nueva (y absurda) recontextualización. La combinatoria expuesta resulta tan estimulante como la aparición, cada tanto, de algún elemento nuevo, el cual se sumará a los que ya circulan por esta calesita de los sueños.
Los experimentos deben ser breves: demostrado el punto, ¿para qué seguir? Katchadjian detiene su revival surrealista a las 96 páginas de este libro ligero, el cual toma su título de una obra de Lenin, aunque —tal como diría Alberto, levantando un dedo acusador— hacer eso no sea más que alardear.

«...¿esos contenidos son irracionales? Ni Alberto ni yo entendemos la pregunta, pero, de algún lado, me sale una voz que le responde que sí, que los contenidos son irracionales porque emergen de no se sabe dónde (o porque no se sabe de dónde emergen), pero que el sistema de contenidos es lo único racional que existe y que deberíamos confiar en eso. El alumno, ahora con voz doble, insiste: ¿el sistema es realmente racional? Seguimos sin entender la pregunta, pero vuelvo a responderle con una voz que es como si no fuera mía, o al menos que yo no siento como mía: sí, el sistema es realmente racional, pero no te confundas: la idea del sistema es irracional, y su origen es irracional también; lo racional, lo verdaderamente racional, es su funcionamiento y su lógica. El alumno asiente y se va. Todos salen con él.» pág 36
"Qué hacer"
Pablo Katchadjian
ISBN: 9789879108840
Bajo La Luna, 2010

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