miércoles, 3 de octubre de 2012

"Los Libros de la Guerra"

"Sobre Los Libros de la Guerra, de Fogwill"
 Por Santiago Llach
Los trabajos prácticos

En otro orden de cosas, estoy leyendo un libro que publicó este año la editorial Mansalva: Los libros de la guerra, una compilación de artículos de y entrevistas a Rodolfo Enrique Fogwill Piranza, más conocido como Fogwill. Me pregunto cuántos de los que leen esto conocen a Fogwill (supongo que una mayoría) y cuántos lo habrán leído. Temo que haya unos cuantos que no.

Lo que hizo Fogwill en estos treinta años de operación periodística y literaria, básicamente, fue extremar una retórica de la provocación basándose en la jerga de las ciencias sociales. Su operativo fue exitoso al interior del campo cultural, pero la literatura como tecnología de dominación (o liberación) de las conciencias perdió en estos mismos años su poder de fuego. Por constituirse como un provocador de trinchera, las tesis políticas de Fogwill son inconsistentes, pero Fogwill lo sabe perfectamente. A la izquierda de Alfonsín estaba la pared, pero el tipo igual trataba de atravesarla.

En algún momento me gustaría encarar la lectura, uno a uno, de los libros de poesía y narrativa de Fogwill, y comentarlos acá en TP. Los libros de la guerra, además de ser un contradocumento del relato democrático, es también un manual para leer la obra de su autor.



"Los Libros de la Guerra"
Fogwill
ISBN:9789871474004
Mansalva


ENCUESTA: LA OLIGARQUÍA NI EXISTE
El Porteño, Octubre 1984

Esa chica, Caride, lo describió así: "la buena educación es algo que empieza cien años antes de! nacimiento...". Ignoro a quién estaría citando. En general, siempre se está citan
do. 
Un lumpen mendocino -medio actor, medio cineasta, medio cantor, nieto de árabes- dijo que odiar a la oligarquía es un acto de amor. Renunciar a ese amor tan fuerte que une con ese diosecito interior, el oligarca. No hay enano fascista: salvando el cálculo renal, la prótesis dental y la espiral intrauterina que llevan las mujeres, no hay otro cuerpo extraño dentro del cuerpo de cada argentino que un muñeco oligarca, o una muñeca oligarca, un mal tan incurable como el Edipo que menciona la moderna narrativa psicoanalítica. Un títere invertido que mueve con sus hilos desde adentro toda la vida del ciudadano. 
¿Oyeron a la joven esposa judía próspera que desprecia a su suegra porque conserva acento ruso o polaco? ¿Vieron al muchachito de apellido italiano, hijo de un comodoro enriquecido, que ha adoptado una voz cajetilla en lugar de las voces de mando del papá? Cada uno contrae el oligarca que merece, el títere interior gobierna. La oligarquía es indiscernible: nadie imita al modelo oligarca, se imita a sus imitadores. Alguna vez 1as chicas de la oligarquía condescendieron a posar de modelos de propaganda, y así la gente atolondrada se identificó con putarracas de la burguesía europea, creyendo que copiaba a los oligarcas; mientras tanto la oligarquía continuaba en lo suyo, mandando. El arte de la oligarquía es pasar sus noticias cambiadas. Cuando se creyó que estaban organizando una Nación, estaban acumulando tierra. Cuando se los imaginó tirando manteca al techo en París, tejían su red de alianzas con el imperio inglés. 
Cuando se los creyó almidonados, convertidos en "la sociedad" -una secta congelada en el tiempo- estaban mandando retoños a las escuelas de administración de Harvard, Chicago y Massachusset. La oligarquía no tiene bordes: ¿Fortabat fue oligarca? ¿Y el rugbier amateur Ernesto Guevara de la Serna? ¿Y el polígrafo Jorge Borges Acevedo? La oligarquía no tiene núcleo: los mejores troncos genealógicos del virreynato se perdieron en aldeas del interior, se empobrecieron, patinaron sus títulos en el casino, se inmolaron en la epidemia de opio y morfina de las primeras décadas del siglo, y hoy sus choznos son escribientes, municipios pobres, o diputados provinciales del Movimiento Nacional Justicialista. Pura entidad, la oligarquía no tiene identidad. Cualquiera de estos Borders-liners puede ligar un golpe de fortuna y reciclarse en la oligarquía. En cambio, penetrarla es más difícil: ¿Cómo pasar a un espacio sin bordes, a una figura que no tiene centro? La oligarquía no tiene aduanas: codificar la pertenencia es un hábito mal visto. Excluir a alguien en teoría niega la ambigua naturaleza oligárquica. Sin tácticas de exclusión, tampoco tiene una estrategia de captación: la oligarquía delega en el movimiento de las décadas la decisión final. La oligarquía no es impermeable: es lentamente osmótica. No es soberbia: capitaliza sus errores como el mejor ajedrecista soviético. La oligarquía no tiene ecosistema: ¿cuál es el barrio de la oligarquía? Barrio Norte, contestan. Perdieron. La oligarquía no tiene clubs: su deporte es el poder, más que el polo. No tiene religión: alguna chica mística les sale monja, pero no sabe producir obispos y es vulnerable a todas las sectas: masones, orientalistas, adivinadores por barajas, y cuanta estupidez haya en oferta. Últimamente produjo varios casamientos -casorios-, por ritual lefebrino, lo que no prueba su ortodoxia, sino su secular tendencia a convertir todo en una frivolidad diferencial: el ritual preferido por la oligarquía es la frivolidad: los infinitos cultos fetichistas a que se entrega son fábricas de signos que prosperan entre los nuevos ricos. La oligarquía goza del seguidismo de los recién venidos y los ingenuos como una prueba de poder. La oligarquía no es una clase social, en el sentido de la economía política marxista, ni es una clase en el sentido que usó Marx en su 18 Brumario. Tampoco es una clase de niveles de ingreso: las máximas fortunas no pertenecen a la oligarquía; hacer dinero en estas zonas, desde 1930, requiere una devoción que contradice la moral desvariante de la oligarquía. Gente multípara atomiza su propiedad en cada generación, y aunque la endogamia contribuya a reconstruir sus patrimonios, el arte de defender una fortuna excede las vocaciones oligárquicas. La oligarquía es depredadora: no hay imperio Antonio, Greco, Trozzo o Salimei que configure algo más que una riqueza graciosamente delegada y vulnerable a la retórica oligárquica de la "riqueza indebida", como si existieran las riquezas debidas. Cómico es ver que sigan refiriéndose a la oligarquía vacuna. La oligarquía mucho antes de empezar a refinar sus stocks de terneros aprendió que su negocio no era tener vacas, sino tener humanos. Comprendió antes que nadie el papel del Estado y de las inversiones extranjeras: lo que para un economista argentino pudo parecer una alianza objetiva con el imperialismo para los directores de Nueva York y Londres es una forma del bribe (cometa), o compra de protección al comisario. Alguien escribió que la oligarquía no tiene patria. Se equivocaba: tiene patria, ésa es su razón de ser, y su patria es lo que como un eufemismo solemos llamar nuestro país, en rigor, su país, el país de la oligarquía. Si el poder es una entidad virtual, nada hay mejor que otra entidad inexistente para contenerlo. 

Rodolfo Enrique Fogwill
(Extraído de Los libros de la guerra)

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